Cuando Ludovico le encargó a Leonardo pintar la última cena, el locuaz da Vinci, se dispuso a probar todos los manjares para seleccionar un menú digno de Jesús, y pasó tres años saqueando la despensa de la cofradía en compañía de sus cinco sirvientes. La verdadera razón de este abuso fue que Ludovico se había atrasado en el pago de su sueldo. Cuando recibió el dinero, en sesenta días pintó el Cristo y a los apóstoles. En cuanto al menú divino, optó por la mayor austeridad: pescado, pan y vasos que podrían haber contenido vino tinto. Algunos han creído ver también anguilas cortadas en trozos.
Durante sus últimos años, Leonardo no se separaba de una caja negra donde, según su servidumbre, guardaba los apuntes de cocina y utensilios inventados por él.
Cuando entró al servicio de Francisco I, que además de rey de Francia era muy buen cocinero, prefirió regalarle La Gioconda (es conocido que Leonardo llevó ese retrato consigo siempre), antes que revelarle los secretos de su caja negra.
Cuando el maestro murió en 1516, (en brazos de Francisco I, al menos así está en un cuadro pintado en su lecho y sosteniendo su cabeza), el arca fue abierta por sus criados y estos dijeron que estaba vacía. Parece que no fue así: aún mutilado, recompaginado y copiado, el Códice Romanov apareció. Quizás valga la pena buscar los demás inventos perdidos.
Fuente: lagranepoca
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